Bogotá contada

Bogotá merece ser contada. El reto de este blog es sacar a la luz las pasiones, vivencias y emociones de las gentes en la vida colonial y republicana de Bogotá, lejos de la gloria de los próceres, las heroínas y los caudillos.


viernes, 6 de julio de 2012

EL TRASEGAR DE LUIS CABALLERO





La obra de Luis Caballero suscita en las personas un choque, una primera mirada de un tono traumático. Una mezcla de erotismo, sensualidad y dolor se mezcla en sus cuadros hasta llegar a una síntesis que “toca” al espectador, por la fuerza de la imagen, el impacto de los cuerpos masculinos, y la violencia y muerte que comunican. Caballero es catalogado como el más importante pintor colombiano del siglo anterior, y uno de los grandes en la historia del arte colombiano.


Su amiga Beatriz González explica que “… su objetivo de perturbar y conmover al espectador”, por lo cual se alejó de los dominios académicos, llegando a imágenes eróticas y religiosas, inspiradas en el arte católico, reflejo de emociones y ante todo de temores, de la conciencia religiosa, del miedo al castigo, al señalamiento.

En un libro-entrevista suyo titulado “Me tocó ser así”, Caballero trae a colación momentos, sufrimientos y experiencias de sus primeros años y su adolescencia. Menciona la tensa relación con su padre (el reconocido escritor y periodista Eduardo Caballero Calderón), la confianza y complicidad que siempre tuvo con su madre (Isabel Holguín). El juego de orgullo, fuerza y ego con su hermano Antonio. En una especie de autocompasión se identifica como signado por la soledad, el abandono y la incomprensión. Con insistencia apela a no poder actuar con naturalidad, a “no tener ningún recuerdo de su niñez”. De este modo,  Luis Caballero e refugia en sí mismo, lo que lo aísla de los demás, y de algún modo define el carácter tímido de su juventud, que no dejó a lo largo de su vida. 




 
En París pasó la mayor parte de su vida, en su taller: alistando las telas, preparando las pinturas, boceteando como un ejercicio de rutina. Viene a Colombia en continuas y cortas estadías, a Bogotá únicamente. Pues el clima “caliente” le desagradaba, fastidiaba, “soy cachaco, no soy chévere, ni divertido, no me gusta el calor ni la familiaridad sudorosa de la costa,  […] me siento colombiano, pero cuando pienso en Colombia, sólo pienso en Bogotá”. Este alejamiento del país, el anonimato en París, le permitió trabajar con toda tranquilidad, “era complicado sacarlo de su casa, en la que cada noche presidía Luis amenas tertulias de arte con amigos colombianos, franceses y conocidos” (Alonso Garcés). Lo sacaba de la rutina alguna gran exposición, una película de Pedro Almodóvar o escuchar a Chavela Vargas, una de sus cantantes preferidas. 


 Un cambio significativo y coincidencial fue la separación de su esposa y la aceptación pública de su condición como homosexual a finales de los setenta. “Decisión que le debió costar mucho, por las consecuencias que le traería en su vida en Colombia”, comentó una amiga suya, país que Caballero calificaba como reaccionario, provinciano, religioso y violento.

  Más allá de la mera exhortación de su vida íntima, su obra se transforma en una crítica, severa, cuidadosamente elaborada de la violencia que tanto miedo le producía, pero que no dejó de influenciarle. Sus amigos recuerdan que Luis Caballero solicitaba le enviasen las fotografías que aparecían en El Espacio, que despertaba en él la emoción de pintar o crear la violencia como un ejercicio catártico. Incluso, su hermana Beatriz Caballero tiene una gran colección de las primeras portadas que coleccionó Luis.

Finalmente, de niño Luis asistía asiduamente a misa, con tías, abuelas, con toda la familia. El espacio de las iglesias y capillas, sagrado,  cargado de imágenes, de cuerpos lacerados de Cristo, llenos de sangre, de dolor, de martirio, con un rictus de agonía y misticismo, hacía de la figura algo sumamente atrayente para el pequeño Luis. 



 

El Gran Telón y los posteriores “cuadros negros” marcaron el inicio de una época que le auguraba a Caballero la consolidación de su talento y su obra. Como se sabe, una enfermedad fue mermando sus capacidades cerebrales, al punto de pintar a pocos centímetros del papel, y posteriormente a no poder hacerlo. Finalmente fallece un 19 de junio, hace 17 años en Bogotá.  

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